Trabajar
para los niños y las niñas será siempre trabajar por un proyecto, pues cada
niño es incuestionablemente un proyecto de hombre, y cada niña es, igualmente,
un proyecto de mujer. Las capacidades, destrezas, aptitudes, actitudes,
sentimientos y valores humanos que hoy seamos capaces de inculcar y desarrollar
en niños y niñas determinarán al tipo de hombre y de mujer que tendremos
mañana.
Los educadores comprendemos cabalmente este principio
esencial en todo empeño de construcción humana, y sólo aspiramos a que los
diseños de la sociedad contribuyan a hacerlo realidad. Tristemente, en la gran
mayoría de los casos a lo largo de la historia, y hasta nuestros días, esto no
es así. Las estructuras de poder –económico, político, social- han preferido
reprimir y sancionar las conductas adultas inadecuadas antes que prevenir su
aparición desde la infancia.
Y si es así, no necesariamente se debe a la mala voluntad de empresarios,
políticos o gestores sociales –lo que también ocurre-, sino sobre todo a la
ignorancia o incomprensión de dicho principio; pero en todo caso, a la falta de
prioridad de tales acciones en el diseño social, pues aparentemente carecen de
rentabilidad material a corto y mediano plazos, y sólo pueden ser valoradas
durante el tránsito generacional.
En el mejor de los casos, los sistemas educacionales formales se han empeñado tradicionalmente en la transmisión de conocimientos que aseguren la progresiva adquisición de capacidades, destrezas y aptitudes, obviamente con el propósito esencial de preparar tecnológica y científicamente a los hombres y mujeres del mañana para el rol de productores al que el pragmatismo social les destina.
¿Qué pasa, entonces, con las actitudes, sentimientos y valores humanos? Aunque una concepción integral de la educación formal también considera estos resultados en el proceso docente, es incuestionable que la mayor aportación en este sentido corresponde a las denominadas vías no formales de educación, comenzando por la familia, y seguidamente por la comunidad a través de una gran diversidad de instituciones socioculturales que atienden a personas de todas las edades, nivel escolar y condición social.
En el mejor de los casos, los sistemas educacionales formales se han empeñado tradicionalmente en la transmisión de conocimientos que aseguren la progresiva adquisición de capacidades, destrezas y aptitudes, obviamente con el propósito esencial de preparar tecnológica y científicamente a los hombres y mujeres del mañana para el rol de productores al que el pragmatismo social les destina.
¿Qué pasa, entonces, con las actitudes, sentimientos y valores humanos? Aunque una concepción integral de la educación formal también considera estos resultados en el proceso docente, es incuestionable que la mayor aportación en este sentido corresponde a las denominadas vías no formales de educación, comenzando por la familia, y seguidamente por la comunidad a través de una gran diversidad de instituciones socioculturales que atienden a personas de todas las edades, nivel escolar y condición social.
Se propone que el presente proyecto sirva de pauta a empeños semejantes en sitios de Latinoamérica, por la identificación de condiciones y necesidades sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario