LO LÚDICO EN JOSÉ MARTÍ

Pedro Fulleda Bandera (Coordinador Metodología FLEDO)

Martí con su hijo José Martí Zayas-Bazán (Ismaelillo), y con María Mantilla, quien se dice era su hija fuera de matrimonio,  a la que dedicó hermosas y aleccionadoras líneas.

¿Qué del conocimiento humano hasta su época, y aun del porvenir, no fue tocado, y engrandecido, por la pluma de José Martí? Repasar sus obras nos lleva de la mano por las más disímiles manifestaciones de la cultura en su acepción abarcadora de “toda huella del hombre sobre la Tierra”. No escapó, por tanto, a la vastedad del pensamiento martiano la referencia a lo lúdico, más aún teniendo en cuenta que una buena parte de su obra escrita la dedicó a la infancia y a todo lo social y educativo vinculado con ella.

Están ahí sus artículos en “La Edad de Oro”, con reseñas de cuentos y leyendas tendientes a fertilizar la imaginación y fantasía infantil. Y muy particularmente el titulado “Un juego nuevo y otros viejos”, en que aborda la esencia antropológica de la actividad lúdica, con la profundidad y el matiz que caracteriza a su prosa dedicada a sus pequeños lectores...

“Es muy curioso -dice-; los niños de ahora juegan lo mismo que los niños de antes; las gentes de los pueblos que no se han visto nunca juegan a las mismas cosas. Se habla mucho de los griegos y de los romanos, que vivieron hace dos mil años; pero los niños romanos jugaban a las bolas, lo mismo que nosotros, y las niñas griegas tenían muñecas con pelo de verdad, como las niñas de ahora”.

Escribió en la introducción al primer número de “La Edad de Oro”, en julio de 1889: “Los niños saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían (...) Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien... Las niñas deben saber lo mismo que los niños, para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo; como que es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar, porque las mujeres de la casa no sepan contarle más que de divertimentos y de modas (...) Lo que queremos es que los niños sean felices. Y que si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete la mano, como a un amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: ¡Este hombre de La Edad de Oro fue mi amigo!”. 

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