LO LÚDICO EN JOSÉ MARTÍ


¿Qué del conocimiento humano hasta su época, y aun del porvenir, no fue tocado, y engrandecido, por la pluma de Martí? Repasar sus obras nos lleva de la mano por las más disímiles manifestaciones de la cultura en su acepción abarcadora de “toda huella del hombre sobre la Tierra”. No escapó, por tanto, a la vastedad del pensamiento martiano la referencia a lo lúdico, más aún teniendo en cuenta que una buena parte de su obra escrita la dedicó a la infancia y a todo lo social y educativo vinculado con ella.

Están ahí sus artículos en “La Edad de Oro”, con reseñas de cuentos y leyendas tendientes a fertilizar la imaginación y fantasía infantil. Y muy particularmente el titulado “Un juego nuevo y otros viejos”, en que aborda la esencia antropológica de la actividad lúdica, con la profundidad y el matiz que caracteriza a su prosa dedicada a sus pequeños lectores...

“Es muy curioso -dice-; los niños de ahora juegan lo mismo que los niños de antes; las gentes de los pueblos que no se han visto nunca juegan a las mismas cosas. Se habla mucho de los griegos y de los romanos, que vivieron hace dos mil años; pero los niños romanos jugaban a las bolas, lo mismo que nosotros, y las niñas griegas tenían muñecas con pelo de verdad, como las niñas de ahora”.

De tal modo expone Martí su reflexión en torno al juego como constante antropológica, presente en todos los pueblos y civilizaciones, cualidad de la actividad lúdica que fuera abordada luego por diversos investigadores. En 1935 el ruso E.A. Arkin escribió: “El hecho de que en pueblos separados unos de otros por grandes distancias el juguete permanezca imperecedero, que tanto su contenido como su función sigan siendo iguales en los esquimales y los polinesios, en los indios cafres y en los buchmichi y bororos, habla de la extraordinaria estabilidad del juego”. Semejante analogía en la actividad lúdica de los pueblos a través del tiempo y del espacio fue abordada asimismo por Martí cuando en el citado artículo contó a los niños sobre el “juego del palo”:  
                                         
“Los ingleses creen que el juego del palo es cosa suya y que ellos no más saben lucir su habilidad con el garrote que empuñan por una punta y por el medio (...) Los isleños de las Canarias, que son gente de mucha fuerza, creen que el palo no es invención del inglés, sino de las islas (...) Pero los indios de México jugaban tan bien al palo como el inglés más rubio o el canario de más espaldas; y no era sólo el defenderse con él lo que sabían, sino jugar con el palo a equilibrios, como lo hacen ahora los japoneses y los moros kabilas. Y ya van cinco pueblos que han hecho lo mismo: los de Nueva Zelanda, los ingleses, los canarios, los japoneses y los moros”.

Aun cuando en su obra no está presente ningún intento de abordar una teoría acerca del juego, es evidente que poseía Martí profundas y actuales -para su época- concepciones respecto a las características, esencia y objetivos de la actividad lúdica, debido sobre todo a su gran interés por la educación infantil. Tal es el caso del sentido filogénico del juego como tiempo liberador en función de la vital necesidad de desarrollo humano, al que se refiere también en “Un juego nuevo y otros viejos”:

Uno de los  cuadros más tristes del mundo es el cuadro de bufones que pintó el español Zamacois. Todos aquellos hombres infelices están esperando a que el rey los llame para hacerle reír, con sus vestidos de picos y campanillas (...) Desnudos como están son más felices que ellos los negros que bailan la danza del palo. Los pueblos, lo mismo que los niños, necesitan de tiempo en tiempo algo así como correr mucho, reírse mucho y dar gritos y saltos. Es que en la vida no se puede hacer todo lo que se quiere, y lo que se va quedando sin hacer sale así, de tiempo en tiempo, como una locura. Los moros tienen una fiesta de caballos que llaman fantasía. Otro pintor español ha pintado muy bien la fiesta. Se ve en el cuadro a los moros que entran a escape en la ciudad (...) Gritan como si se les abriese el pecho. Los hombres de todos los países necesitan hacer algo hermoso y atrevido, algo de peligro y movimiento, como esa danza del palo de los negros de Nueva Zelanda...”

Ahí está, en la imagen de los bufones, obligados a la acción burlesca que por no libre y espontánea no constituye para ellos un juego, la referencia al tiempo ocupado en el trabajo impuesto, en contraposición con la otra, la del juego del palo de los negros, o con los caballos de los moros, como expresión de la voluntariedad máxima, del supremo ejercicio de la libertad que ha de caracterizar a la actividad lúdica como tiempo no tan sólo libre, sino sobre todo liberador.
            
Un siglo más tarde, el sociólogo francés Joffre Dumazedier, en su libro “¿Hacia una civilización del ocio?” (1962), al definir el tiempo libre en que se desarrolla la actividad lúdica del hombre expuso su tesis conocida como “de las 3 D”: tiempo de descanso, de diversión, y de desarrollo de la personalidad, pero sobre todo tiempo liberador, en el que se participa plenamente, cuando le es posible al ser humano “sacar todo cuanto lleva por dentro”. 
                            
También el sentido utilitario del juego, vinculados con los orígenes rituales, místicos, de las diversas manifestaciones de la cultura en los albores de la Humanidad, está mostrado por Martí a los pequeños lectores de “La Edad de Oro” cuando escribió: “Las niñas griegas ponían sus muñecas delante de la estatua de Diana, que era como una santa de entonces... y a Diana rezaban las niñas que las dejase vivir y las tuviese siempre lindas (...) Y las niñas griegas querían a su muñeca tanto, que cuando se morían las enterraban con las muñecas”.

Las modernas investigaciones etnológicas y arqueológicas han evidenciado semejante función del juguete entre los pueblos primitivos. El investigador ruso de las regiones árticas, N.B. Bogoraz-Tan, escribió respecto al valor utilitario de las muñecas, tal como hiciera Martí un siglo antes: “Las muñecas de las chukchis representan a las personas, hombres, mujeres y, fundamentalmente, bebitos. Son pequeñas también, como las de los niños civilizados (...) Las muñecas se consideran no sólo juguetes, sino también protectoras de la fertilidad de la mujer. Al casarse, la mujer lleva consigo sus muñecas y las esconde en un saco que cuelga en el lugar preparado como cabecera para, con su influencia, tener pronto niños. Regalar las muñecas de uno a alguien no debe hacerse, ya que conjuntamente con ellas se regala la fecundidad de la familia”. 
                             
Presentó además Martí su profundo respeto hacia el conocimiento infantil y la igualdad entre niñas y niños, temas modernamente tratados por los métodos psicopedagógicos en torno al papel del juego en la infancia y las deficiencias socioculturales que una diferenciación sexista en su tratamiento puede provocar. Escribió en la introducción al primer número de “La Edad de Oro”, en julio de 1889: “Los niños saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían (...) Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien... Las niñas deben saber lo mismo que los niños, para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo; como que es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar, porque las mujeres de la casa no sepan contarle más que de divertimentos y de modas (...) Lo que queremos es que los niños sean felices. Y que si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete la mano, como a un amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: ¡Este hombre de La Edad de Oro fue mi amigo!”.

¡Insuperable muestra de respeto a la infancia la de aquel gran hombre que proclamó así su orgullo por la amistad de un niño! 
                                                                                     
No sólo en “La Edad de Oro” trató Martí el tema lúdico. Sus obras completas recogen numerosas crónicas sobre eventos deportivos y culturales, que se insertan dentro de las acciones eminentemente lúdicas. Y por supuesto, para quien como él fue tanto educador como revolucionario, la referencia al tema dentro de sus concepciones pedagógicas no puede faltar. La más singular es la contenida en la carta que, con fecha 9 de abril de 1895, desde Cabo Haitiano y víspera de su ingreso definitivo en la Patria ya insurrecta, escribió a su “niña querida”, María Mantilla, con consejos para ella y su hermana Carmen sobre cómo emplear un hermoso libro de cuentos y leyendas que les dejó como recuerdo:

“Así serán maestras, contando estos cuentos verdaderos a sus discípulas, en vez de tanto quebrado y tanto decimal y tanto nombre inútil de cabo y de río, que se ha de enseñar sobre el mapa como de casualidad, para ir a buscar el país de que se cuenta el cuento, o donde vivió el hombre de que habla la historia. Y cuentas, pocas, sobre la pizarra, y no todos los días. Que las discípulas amen la escuela, y aprendan en ella cosas agradables y útiles (...) Imagínate a Carmita contando a las niñas las amistades de las abejas y las flores, y la coquetería de la flor con la abeja, y la inteligencia de las hojas, que duermen y quieren y se defienden, y las visitas y los viajes de las estrellas y las casas de las hormigas. Libros pocos y continuo hablar (...) Y el viernes, una clase de muñecas -de cortar y coser trajes para muñecas, y repasos de música, y clase larga de escritura, y una clase de dibujo-. Principien con dos, con tres, con cuatro niñas. Las demás vendrán. En cuanto sepan de esta escuela alegre y útil”. 
              
¡Cuánta belleza y sabiduría encierran estos consejos! En ellos está expresada, de forma práctica y sencilla, la esencia de una nueva pedagogía lúdico-creativa, donde corresponda al juego el importante papel de ser fuente de motivación para el proceso docente, para la adquisición consciente y voluntaria del conocimiento por parte de la infancia, poniéndose fin al rechazo que ella pudiera tener hacia la escuela.

Dentro de las modernas concepciones de la Pedagogía, el uruguayo Raymundo A. Dinello en “Expresión lúdico-creativa” señala: “La educación es un proceso. Quiere decir que hay un aprendizaje permanente de los niños y los adultos, que hay una realidad sociocultural, y que en esa realidad haremos una construcción del ser y su pensamiento. Mas, actualmente es nuestra impresión que estamos principalmente, quizás exclusivamente, funcionando en un sistema de transmisión de conocimientos enciclopédico. Quiere decir, con mucha lectura, dando a suponer que esa única lectura tiene un carácter de verdadera por ser la única y por estar escrita en un libro didáctico (...) Los juegos recreativos, siendo aún fuertemente catalogados de ‘gratuitos’ en cuanto a la inversión de actividad rentable, difícilmente entran en las propuestas de grandes proyectos socioeducativos. Solamente aquellos educadores que conviven día a día con los niños tienen la sensibilidad para estimular el profundo sentido de los valores educativos contenidos en la expresión lúdica”. 
            
Demasiado tiempo y recursos se pierden aún por una Pedagogía que no ha podido superar las deficiencias ya señaladas desde el siglo antepasado por destacados educadores, tal como recomendó Martí, a fin de brindar a la infancia un sistema de enseñanza acorde con su más natural forma de expresión y aprendizaje: el juego.

En un artículo titulado “Un impulso vital”, publicado en la revista “Correo de la UNESCO” en mayo de 1991, Chalma Amonachvili sugiere: “No se trata de educar mediante el juego, sino más bien de imaginar una educación para el juego; esto es, idear y aplicar técnicas y actividades para desarrollar o reanimar la capacidad de jugar”.   
                                           
Es preciso superar definitivamente el pretendido “didactismo” de los juegos, con que generalmente se cubren las deficiencias para recrear o motivar, de manera espontánea, la actividad lúdica del niño. Todo juego y el juguete que le sirva de soporte conllevan de hecho una intencionalidad educativa en mayor o menor grado, la cual sólo llegará con efectividad a su destino cuando los pequeños se entreguen a ellos con la única y principal intención de divertirse y pasarla bien.  
                                                               
A no dudar arremetería Martí contra las encuestas con que se acostumbra, bajo ciertas tendencias pedagógicas, a resumir el juego infantil, pretendiendo que el pequeño responda por qué asumió tal o cual rol durante la actividad lúdica, y otras preguntas encaminadas a justificar determinada concepción o teoría psicopedagógica, ignorándose que para el niño la acción del juego transcurre espontáneamente, sin intencionalidad consciente en cuanto a otros resultados que no sean los del placer, resultados que, por demás, cuando la actividad logra sus propósitos se acumularán imperceptiblemente en la formación de su personalidad.

Toda respuesta así dada por el niño, aun cuando pudiera satisfacer a su “interrogador”, estará inevitablemente dictada por la predisposición provocada por un abordaje previo del tema al introducirse la actividad, que concebida esencialmente como “proceso didáctico” perdería su valor como juego.

También al respecto nos legó Martí una extraordinaria enseñanza al final de su artículo “Un juego nuevo y otros viejos”, con la anécdota de Chichá, “la niña bonita de Guatemala”, quien al preguntársele: “¿Por qué te comes esa aceituna tan despacio?”, respondió con su única espontánea y desinhibida verdad, para expresar la satisfacción encontrada en aquel acto deseado y placentero: “¡Porque me gusta mucho...!”

Pedro Fulleda Bandera (Coordinador Metodología FLEDO)

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