¿Qué del conocimiento humano
hasta su época, y aun del porvenir, no fue tocado, y engrandecido, por la pluma
de Martí? Repasar sus obras nos lleva de la mano por las más disímiles
manifestaciones de la cultura en su acepción abarcadora de “toda huella del hombre sobre la Tierra”.
No escapó, por tanto, a la vastedad del pensamiento martiano la referencia a lo
lúdico, más aún teniendo en cuenta
que una buena parte de su obra escrita la dedicó a la infancia y a todo lo
social y educativo vinculado con ella.
Están ahí sus artículos en “La
Edad de Oro”, con reseñas de cuentos y leyendas tendientes a fertilizar la
imaginación y fantasía infantil. Y muy particularmente el titulado “Un juego
nuevo y otros viejos”, en que aborda la esencia antropológica de la
actividad lúdica, con la profundidad y el matiz que caracteriza a su prosa
dedicada a sus pequeños lectores...
“Es muy curioso -dice-; los niños de ahora juegan lo mismo que los
niños de antes; las gentes de los pueblos que no se han visto nunca juegan a
las mismas cosas. Se habla mucho de los griegos y de los romanos, que vivieron
hace dos mil años; pero los niños romanos jugaban a las bolas, lo mismo que
nosotros, y las niñas griegas tenían muñecas con pelo de verdad, como las niñas
de ahora”.
De tal modo expone Martí
su reflexión en torno al juego como constante antropológica, presente en todos
los pueblos y civilizaciones, cualidad de la actividad lúdica que fuera
abordada luego por diversos investigadores. En 1935 el ruso E.A. Arkin
escribió: “El hecho de que en pueblos
separados unos de otros por grandes distancias el juguete permanezca
imperecedero, que tanto su contenido como su función sigan siendo iguales en
los esquimales y los polinesios, en los indios cafres y en los buchmichi y
bororos, habla de la extraordinaria estabilidad del juego”. Semejante
analogía en la actividad lúdica de los pueblos a través del tiempo y del
espacio fue abordada asimismo por Martí cuando en el citado artículo
contó a los niños sobre el “juego del
palo”:
“Los ingleses creen que el juego del palo es cosa suya y que ellos no
más saben lucir su habilidad con el garrote que empuñan por una punta y por el
medio (...) Los isleños de las Canarias, que son gente de mucha fuerza, creen
que el palo no es invención del inglés, sino de las islas (...) Pero los indios
de México jugaban tan bien al palo como el inglés más rubio o el canario de más
espaldas; y no era sólo el defenderse con él lo que sabían, sino jugar con el
palo a equilibrios, como lo hacen ahora los japoneses y los moros kabilas. Y ya
van cinco pueblos que han hecho lo mismo: los de Nueva Zelanda, los ingleses,
los canarios, los japoneses y los moros”.
Aun cuando en su obra no
está presente ningún intento de abordar una teoría acerca del juego, es
evidente que poseía Martí profundas y actuales -para su época-
concepciones respecto a las características, esencia y objetivos de la
actividad lúdica, debido sobre todo a su gran interés por la educación
infantil. Tal es el caso del sentido filogénico del juego como tiempo liberador
en función de la vital necesidad de desarrollo humano, al que se refiere
también en “Un juego nuevo y otros viejos”:
“Uno de los cuadros más tristes
del mundo es el cuadro de bufones que pintó el español Zamacois. Todos
aquellos hombres infelices están esperando a que el rey los llame para hacerle reír,
con sus vestidos de picos y campanillas (...) Desnudos como están son más
felices que ellos los negros que bailan la danza del palo. Los pueblos, lo mismo que los niños,
necesitan de tiempo en tiempo algo así como correr mucho, reírse mucho y dar
gritos y saltos. Es que en la vida no se puede hacer todo lo que se quiere, y
lo que se va quedando sin hacer sale así, de tiempo en tiempo, como una locura.
Los moros tienen una fiesta de caballos que llaman fantasía. Otro pintor
español ha pintado muy bien la fiesta. Se ve en el cuadro a los moros que
entran a escape en la ciudad (...) Gritan como si se les abriese el pecho. Los
hombres de todos los países necesitan hacer algo hermoso y atrevido, algo de peligro
y movimiento, como esa danza del palo de los negros de Nueva Zelanda...”
Ahí está, en la imagen de
los bufones, obligados a la acción burlesca que por no libre y espontánea no
constituye para ellos un juego, la referencia al tiempo ocupado en el trabajo
impuesto, en contraposición con la otra, la del juego del palo de los negros, o
con los caballos de los moros, como expresión de la voluntariedad máxima, del
supremo ejercicio de la libertad que ha de caracterizar a la actividad
lúdica como tiempo no tan sólo libre, sino sobre todo liberador.
Un siglo más tarde, el sociólogo
francés Joffre Dumazedier, en su libro “¿Hacia una civilización del
ocio?” (1962), al definir el tiempo libre en que se desarrolla la actividad
lúdica del hombre expuso su tesis conocida como “de las 3 D”: tiempo de descanso, de diversión, y de desarrollo de
la personalidad, pero sobre todo tiempo liberador, en el que se participa
plenamente, cuando le es posible al ser humano “sacar todo cuanto lleva por dentro”.
También el sentido
utilitario del juego, vinculados con los orígenes rituales, místicos, de las
diversas manifestaciones de la cultura en los albores de la Humanidad, está
mostrado por Martí a los pequeños lectores de “La Edad de Oro”
cuando escribió: “Las niñas griegas
ponían sus muñecas delante de la estatua de Diana, que era como una santa de
entonces... y a Diana rezaban las niñas que las dejase vivir y las tuviese
siempre lindas (...) Y las niñas griegas querían a su muñeca tanto, que cuando
se morían las enterraban con las muñecas”.
Las modernas investigaciones
etnológicas y arqueológicas han evidenciado semejante función del juguete entre
los pueblos primitivos. El investigador ruso de las regiones árticas, N.B.
Bogoraz-Tan, escribió respecto al valor utilitario de las muñecas, tal como
hiciera Martí un siglo antes: “Las
muñecas de las chukchis representan a las personas, hombres, mujeres y,
fundamentalmente, bebitos. Son pequeñas también, como las de los niños
civilizados (...) Las muñecas se consideran no sólo juguetes, sino también
protectoras de la fertilidad de la mujer. Al casarse, la mujer lleva consigo
sus muñecas y las esconde en un saco que cuelga en el lugar preparado como
cabecera para, con su influencia, tener pronto niños. Regalar las muñecas de
uno a alguien no debe hacerse, ya que conjuntamente con ellas se regala la
fecundidad de la familia”.
Presentó además Martí
su profundo respeto hacia el conocimiento infantil y la igualdad entre niñas y
niños, temas modernamente tratados por los métodos psicopedagógicos en torno al
papel del juego en la infancia y las deficiencias socioculturales que una
diferenciación sexista en su tratamiento puede provocar. Escribió en la
introducción al primer número de “La Edad de Oro”, en julio de 1889: “Los niños saben más de lo que parece, y si
les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían
(...) Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que
piensan, y lo digan bien... Las niñas deben saber lo mismo que los
niños, para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo; como que
es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar,
porque las mujeres de la casa no sepan contarle más que de divertimentos y de
modas (...) Lo que queremos es que los niños sean felices. Y que si alguna vez
nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete la mano, como a un
amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: ¡Este hombre de La Edad de Oro
fue mi amigo!”.
¡Insuperable muestra de
respeto a la infancia la de aquel gran hombre que proclamó así su orgullo por
la amistad de un niño!
No sólo en “La Edad de
Oro” trató Martí el tema lúdico. Sus obras completas recogen
numerosas crónicas sobre eventos deportivos y culturales, que se insertan
dentro de las acciones eminentemente lúdicas. Y por supuesto, para quien como
él fue tanto educador como revolucionario, la referencia al tema dentro de sus
concepciones pedagógicas no puede faltar. La más singular es la contenida en la
carta que, con fecha 9 de abril de 1895, desde Cabo Haitiano y víspera de su
ingreso definitivo en la Patria ya insurrecta, escribió a su “niña querida”, María
Mantilla, con consejos para ella y su hermana Carmen sobre cómo
emplear un hermoso libro de cuentos y leyendas que les dejó como recuerdo:
“Así serán maestras, contando estos cuentos
verdaderos a sus discípulas, en vez de tanto quebrado y tanto decimal y tanto
nombre inútil de cabo y de río, que se ha de enseñar sobre el mapa como de
casualidad, para ir a buscar el país de que se cuenta el cuento, o donde vivió
el hombre de que habla la historia. Y cuentas, pocas, sobre la pizarra, y no
todos los días. Que las discípulas amen la escuela, y aprendan en ella cosas
agradables y útiles (...) Imagínate a Carmita contando a las niñas las
amistades de las abejas y las flores, y la coquetería de la flor con la abeja,
y la inteligencia de las hojas, que duermen y quieren y se defienden, y las
visitas y los viajes de las estrellas y las casas de las hormigas. Libros pocos
y continuo hablar (...) Y el viernes, una clase de muñecas -de cortar y coser
trajes para muñecas, y repasos de música, y clase larga de escritura, y una
clase de dibujo-. Principien con dos, con tres, con cuatro niñas. Las demás
vendrán. En cuanto sepan de esta escuela alegre y útil”.
¡Cuánta belleza y sabiduría
encierran estos consejos! En ellos está expresada, de forma práctica y
sencilla, la esencia de una nueva pedagogía lúdico-creativa, donde corresponda
al juego el importante papel de ser fuente de motivación para el proceso
docente, para la adquisición consciente y voluntaria del conocimiento por parte
de la infancia, poniéndose fin al rechazo que ella pudiera tener hacia la
escuela.
Dentro de las modernas
concepciones de la Pedagogía, el uruguayo Raymundo A. Dinello en “Expresión
lúdico-creativa” señala: “La
educación es un proceso. Quiere decir que hay un aprendizaje permanente de los
niños y los adultos, que hay una realidad sociocultural, y que en esa realidad
haremos una construcción del ser y su pensamiento. Mas, actualmente es nuestra
impresión que estamos principalmente, quizás exclusivamente, funcionando en un
sistema de transmisión de conocimientos enciclopédico. Quiere decir, con mucha
lectura, dando a suponer que esa única lectura tiene un carácter de verdadera
por ser la única y por estar escrita en un libro didáctico (...) Los juegos
recreativos, siendo aún fuertemente catalogados de ‘gratuitos’ en cuanto a la
inversión de actividad rentable, difícilmente entran en las propuestas de
grandes proyectos socioeducativos. Solamente aquellos educadores que conviven
día a día con los niños tienen la sensibilidad para estimular el profundo
sentido de los valores educativos contenidos en la expresión lúdica”.
Demasiado tiempo y recursos
se pierden aún por una Pedagogía que no ha podido superar las deficiencias ya
señaladas desde el siglo antepasado por destacados educadores, tal como recomendó Martí,
a fin de brindar a la infancia un sistema de enseñanza acorde con su más
natural forma de expresión y aprendizaje: el juego.
En un artículo titulado “Un
impulso vital”, publicado en la revista “Correo de la UNESCO” en
mayo de 1991, Chalma Amonachvili sugiere: “No se trata de educar mediante el juego, sino más bien de imaginar una
educación para el juego; esto es, idear y aplicar técnicas y actividades para
desarrollar o reanimar la capacidad de jugar”.
Es preciso superar
definitivamente el pretendido “didactismo” de los juegos, con que generalmente
se cubren las deficiencias para recrear o motivar, de manera espontánea, la
actividad lúdica del niño. Todo juego y el juguete que le sirva de soporte
conllevan de hecho una intencionalidad educativa en mayor o menor grado, la
cual sólo llegará con efectividad a su destino cuando los pequeños se entreguen
a ellos con la única y principal intención de divertirse y pasarla bien.
A no dudar arremetería Martí
contra las encuestas con que se acostumbra, bajo ciertas tendencias
pedagógicas, a resumir el juego infantil, pretendiendo que el pequeño responda
por qué asumió tal o cual rol durante la actividad lúdica, y otras preguntas
encaminadas a justificar determinada concepción o teoría psicopedagógica,
ignorándose que para el niño la acción del juego transcurre espontáneamente,
sin intencionalidad consciente en cuanto a otros resultados que no sean los del
placer, resultados que, por demás, cuando la actividad logra sus propósitos se
acumularán imperceptiblemente en la formación de su personalidad.
Toda respuesta así dada por
el niño, aun cuando pudiera satisfacer a su “interrogador”, estará
inevitablemente dictada por la predisposición provocada por un abordaje previo
del tema al introducirse la actividad, que concebida esencialmente como
“proceso didáctico” perdería su valor como juego.
También al respecto nos legó
Martí una extraordinaria enseñanza al final de su artículo “Un juego
nuevo y otros viejos”, con la anécdota de Chichá, “la niña bonita de
Guatemala”, quien al preguntársele: “¿Por qué te comes esa aceituna tan
despacio?”, respondió con su única espontánea y desinhibida verdad, para
expresar la satisfacción encontrada en aquel acto deseado y placentero: “¡Porque
me gusta mucho...!”
Pedro Fulleda Bandera (Coordinador Metodología FLEDO)
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