“La Lúdica, como
proceso ligado al desarrollo humano, no es una ciencia, ni mucho menos una
nueva moda. Es más bien una actitud, una predisposición del ser frente a la
cotidianidad, es una forma de estar en la vida, de relacionarse con ella, en
esos espacios en que se producen disfrute, goce y felicidad, acompañados de la
distensión que producen actividades simbólicas e imaginarias como el juego, la
chanza, el sentido del humor, la escritura y el arte. También otra serie de
afectaciones en las cuales existen interacciones sociales, se pueden considerar
lúdicas, como son el baile, el amor y el afecto. Lo que tienen en común estas
prácticas culturales es que, en la mayoría de los casos, dichas prácticas
actúan sin más recompensa que la gratitud y felicidad que producen dichos
eventos”.
De las definiciones dadas, se pueden establecer los
objetivos esenciales de la disciplina:
·
Contribuir al multifacético desarrollo
humano en lo físico y lo mental, y tanto en lo individual como en lo
social, lo cual infiere superiores niveles en la calidad de vida.
·
Propiciar el ejercicio de la
libertad mediante acciones placenteras con contenido educativo y formador en
valores humanos.
·
Garantizar, desde la familia, los procesos de inclusión social de las personas de todos los grupos etarios, para
la estructuración y consolidación del sentido de pertenencia, la participación
colectiva responsable, y la solidaridad.
·
Desarrollar aptitudes y capacidades para el conocimiento y la
creatividad, el razonamiento lógico y la toma de decisiones mediante estrategias de pensamiento que permitan
afrontar exitosamente los cotidianos retos de la existencia.
·
Estimular los procesos de interacción
y comunicación social entre las personas, mediante el desarrollo de una
efectiva inteligencia emocional y capacidad sensorial para la vivencia de
experiencias significativas, basadas en una interpretación holística de la
sociedad humana.
·
Promover la comprensión de la condición humana cual máxima creación de la
Naturaleza, y la verdadera significación de la Divinidad como la esencia
energética y espiritual del hombre, que le permite trascender en tiempo y
espacio, con la aceptación de que “todos
somos uno, indisolublemente unidos a cuanto existe en el Universo”.
Si
como propone la Ética filosófica,
aspiramos a una Humanidad mejor, formada por hombres y mujeres que hoy son
niños y niñas, debemos asegurarles que se formen adecuadamente, del modo que
sólo la actividad lúdica puede lograr, a fin de alcanzar, con cada generación,
un escalón superior en el perfeccionamiento de la condición humana, en pos de
convertirnos en seres cósmicos, en los verdaderos habitantes del Universo.
Para la Filosofía
todo comienza con la necesidad. Como
categoría filosófica, la necesidad
surge de la esencia, de la naturaleza interna de un fenómeno en desarrollo. Es
algo constante y estable para todo proceso determinado, y por tanto es
condición universal de la existencia material, a la que está sometido todo
cuanto existe. En el caso de los seres vivos, como necesidad vital ella se manifiesta a través de dos formas concretas
e intrínsecamente relacionadas: la necesidad
de subsistencia y la necesidad de
desarrollo. La primera rige la acción de los organismos individuales en su
lucha por la supervivencia, como son los actos de la alimentación, defensa,
descanso, etc., por lo que tiene un marcado carácter ontogénico.
La necesidad de
desarrollo, por su parte, rige sobre todo la acción de los organismos en
función de la preservación de su especie, como son los actos de la reproducción
y los evolutivos en general, por lo que tiene un esencial carácter filogénico.
La solución de la necesidad,
en su doble vertiente, la consiguen los organismos vivos mediante su actividad. Y es justamente en este punto
donde concurren las diferencias sustanciales que califican a los diversos
estadios biológicos. La primera de ellas radica en la clasificación de los
seres vivos en vegetales y animales. Mientras para los primeros en términos
generales las manifestaciones de su actividad orientada a la satisfacción de
ambos tipos de necesidad transcurren sobre todo en el marco de su
individualidad, para los segundos están regidas por una condición
cualitativamente diferente y superior, al requerir tanto de la acción
individual como de la grupal.
Otra gran diferencia tiene que ver particularmente con
el comportamiento sensorial de las especies animales, en una escala que va
desde las formas más primitivas hasta las más evolucionadas, representadas por
el ser humano. Y en este caso es preciso definir primeramente dos conceptos: lo
instintivo y lo consciente. La actividad
instintiva responde a impulsos naturales, determinados por factores
absolutamente biológicos y por tanto hereditarios, sin la presencia de
reflexión como condicionante previa. Por su parte, la actividad consciente requiere de una intencionalidad reflexiva como
condición inicial, lo que implica la toma de conciencia sobre la acción y sus
resultados.
En los animales la actividad será siempre instintiva, tanto la orientada a la
satisfacción de la necesidad de
subsistencia, como a la de desarrollo.
En el ser humano, por las superiores facultades de su corteza cerebral, la
actividad en una u otra dirección será generalmente consciente, aun cuando puede presentar acciones absolutamente
instintivas vinculadas a la supervivencia, como las regidas por el instinto de
conservación.
De tal modo, el hombre es el único ser vivo capaz de
abordar la solución de su necesidad de
subsistencia con un tipo exclusivo y superior de actividad, que es el trabajo. Sólo el hombre trabaja, pues
los animales resuelven dicha necesidad mediante acciones instintivas,
biológicamente determinadas. Lo que diferencia, por ejemplo, el trabajo del
peor arquitecto de la labor de la mejor abeja es que aquel antes de acometer la
construcción de un edificio la realizó previamente en su mente, por lo que su
actividad es muy superior al permitir la incorporación de soluciones creativas,
imposibles de lograr en el panal, instintivamente construido por las abejas,
según un patrón transmitido genéticamente.
Y por igual causa, el hombre es el único ser vivo capaz
de abordar la solución de su necesidad de
desarrollo con un tipo exclusivo y superior de actividad, que es justamente
el acto lúdico. Sólo el hombre juega
-así como igualmente sólo él tiene acceso al arte, a la risa, a la liturgia
religiosa y a la creatividad-, pues incluso cuando estemos en presencia del retozo de los cachorros -sobre todo de
las especies más cercanas al hombre por su inteligencia, como los simios,
cetáceos y otros mamíferos superiores- tales acciones "ludiformes" no alcanzan la
categoría de lúdicas por varias razones: en primer lugar, por carecer de intencionalidad reflexiva y
no ser, por tanto, conscientes sino instintivas; también, por no estar presente
en ellas el simbolismo lúdico, el
"hacer como sí..." que
caracteriza al juego en los seres humanos por la capacidad abstracta de su
pensamiento, imposible de alcanzar para el pensamiento concreto animal; y
finalmente, por estar dichas acciones más vinculadas a la satisfacción de la necesidad de subsistencia que a la de desarrollo de
la especie: con tal retozo los
cachorros se adiestran para los actos de supervivencia.
Incluso los animales entrenados para el circo, que
aparentemente “juegan”, actúan por
reflejos condicionados de subsistencia que bien conocen los domadores: la
amenaza al castigo en caso de fallar, y la recompensa alimenticia o afectiva,
de hacerlo bien; y de ese modo sus acciones resultan un medio para un propósito
diferente, lo que contradice la peculiaridad esencial del juego, que le define
como un fin en sí mismo, realizado
con el único objetivo de la obtención del placer.
En resumen, en los
animales la satisfacción de la necesidad de desarrollo responde a mecanismos
evolutivos biológicamente determinados, mientras que en el hombre está regida,
además y principalmente, por procesos culturales, de los que forma parte el
juego.
A lo largo de su existencia el ser humano se empeña en
experimentar situaciones vitales que enriquezcan su memoria con recuerdos
positivos. Así, cuando en circunstancias adversas se ve privado de la
posibilidad de actuar según sus intereses y necesidades puede acudir al almacén
de su memoria para renacer con el recuerdo y mantener un estado de ánimo
positivo.
Los recuerdos atesorados en su memoria son la reserva de
energía de la que se alimentará posteriormente, para vivir cuando le falten
tales vivencias, de la misma forma en que se nutre de la energía acumulada en
sus células cuando carece de alimentos. Pero esa reserva energética espiritual
se agotará si no se la renueva constantemente con otras experiencias vividas.
Cuando el ser humano comprende que ya no puede seguir
alimentándose de sus recuerdos, que la energía acumulada en su memoria está
agotada, cae en un estado de agonía existencial, y en consecuencia tendrá ante
sí dos alternativas: o languidecer en la inactividad, o lanzarse con pasión a
la búsqueda de nuevas experiencias para seguir viviendo.
Semejante decisión es la que marca las fronteras entre
la juventud y la vejez, y es la esencia de la función recreativa del juego, función que adquiere una gran importancia
en el tratamiento ludoterapéutico a
cualquier edad, pero, sobre todo, cuando se trata de la ancianidad, donde los
aportes físicos y psicológicos de la actividad lúdica contribuyen a reforzar la
autoestima, las capacidades funcionales, y sobre todo, el más profundo deseo de
vivir…
La Ludoterapia es, por etimología básica,
“una forma de terapia basada en el juego”. Pero esta
conclusión no alcanza para precisar las pretensiones de nuestra propuesta.
Conviene, por tanto, resumir el alcance tradicional del concepto, y sus
diversas aplicaciones en la actualidad.
Terapia es el tratamiento
de una enfermedad con distintos medios. Implica el manejo y cuidado del
paciente para combatir un trastorno físico o mental. Los tipos de terapias más
importantes son: acupuntura, cirugía,
radiación, quiropraxis, homeopatía, hidroterapia, hipnosis, medicina, terapia
ocupacional, tratamiento de los huesos, fisioterapia, psicoterapia… Existen
también tipos específicos de terapias
correspondientes a las diferentes enfermedades y trastornos determinados, las
más comunes de las cuales son:
Terapia de
conducta. Conjunto de métodos de tratamiento psicológico basados
en el aprendizaje y dirigidos a sustituir las conductas inadecuadas por otras
más adaptadas. El objetivo último de esta terapia es la modificación de
conducta. Proviene de los trabajos realizados por el fisiólogo ruso Iván Pávlov y de la Psicología de la conducta. En la década
de 1920, con la aplicación de los principios del condicionamiento animal a los
seres humanos realizada por el psicólogo John
Watson, comienzan a utilizarse algunos métodos de modificación de la conducta.
Años después, la psicóloga Mary Cover
Jones dirigió algunos experimentos para atenuar los miedos y fobias en los
niños. En la década de 1940 el médico surafricano Joseph Wolpe elaboró un tratamiento para eliminar la ansiedad en los
adultos.
A partir de ese momento, una serie de investigaciones
permitirán consolidar esta modalidad de terapia;
una de ellas extiende los principios clásicos del condicionamiento a problemas
como la incontinencia o el alcoholismo; otra permite aplicar los principios del
condicionamiento operante de B. Skinner
a la educación de niños minusválidos en las escuelas y al tratamiento de
adultos en los psiquiátricos.
Hoy, las técnicas de modificación de conducta más
utilizadas son la desensibilización sistemática
(permite tratar trastornos de los que conocemos la causa), la terapia aversiva (para desactivar malas
costumbres) y el biofeedback
(trastornos de origen físico). Sin embargo, al estar orientadas hacia las
conductas observables y no tanto al análisis de sus causas, estas técnicas son
rechazadas por numerosos psicólogos.
Terapia de grupo. Concepto que
engloba diferentes procedimientos de Psicoterapia
en los que el terapeuta trata determinados temas que guardan relación con los
problemas de los participantes de un grupo de entre cinco y diez personas. La
interacción entre los miembros del grupo es la principal fuente para solucionar
los conflictos existentes. Toda terapia
de grupo lleva a cabo procesos de dinámica de grupos, que utiliza para
ensayar diferentes conductas. Al margen de los procedimientos específicamente
terapéuticos, en un grupo existen y se desarrollan múltiples posibilidades de
identificación mutua y de reacciones simultáneas entre sus miembros, pero la terapia de grupo ofrece además la
posibilidad de probar nuevas formas de conducta en el grupo, y comparar las
reacciones individuales con las de los otros miembros.
Para una terapia
de grupo se toman en consideración tanto grupos abiertos, con participantes
que varían, como grupos cerrados. La duración de cada sesión difiere según el
terapeuta: algunos fijan previamente el final de cada sesión y otros trabajan
sin problemas de tiempo. Además de la conversación como eje de la terapia, cobran importancia otras
actividades como el psicodrama o la terapia de grupos procedimental.
Asimismo, los elementos del análisis
transaccional y de la terapia
primaria se emplean con mayor asiduidad. Formas particulares de la terapia
de grupo son las terapias de familia y de
pareja.
Terapia de
familia. Concepto global de procesos sociales y
psicoterapéuticos cuyo objetivo es tratar problemas de comunicación familiar y
desajustes emocionales dentro de la familia. La comunicación problemática
dentro de la familia está considerada como una de las causas más frecuentes de
problemas psíquicos y especialmente de desviación de conducta en los niños. Al
igual que en las demás terapias, en
la de familia resulta decisivo para
el éxito final establecer al comienzo un diagnóstico cuidadoso.
El objetivo es mejorar la estructura de comunicación y
el ambiente emocional. Los conflictos entre hermanos son uno de los principales
problemas familiares y a menudo los padres no logran entender sus causas, por
lo que no cabe esperar gran ayuda por su parte para la resolución. Al
contrario, la situación familiar puede empeorar por reacciones inadecuadas
frente a las rivalidades entre hermanos, dando lugar al agravamiento de los
problemas e incluso a la aparición de conflictos entre los padres.
Por lo tanto, resulta fundamental analizar en primer
lugar la situación de la familia. Es importante que todos sus miembros tengan
la oportunidad de presentar sus expectativas a los demás, comentar sus
experiencias emocionales conflictivas, y expresar su concepto de convivencia
positiva. Bajo la dirección experta del terapeuta familiar, este puede intentar
crear un ambiente familiar abierto desde el punto de vista de la comunicación y
positivo desde el punto de vista emocional, en el que resulte posible entender
y solucionar los posibles conflictos.
Terapia de pareja. Conjunto de
métodos y técnicas cuya finalidad es mejorar las relaciones de una pareja y
resolver sus conflictos bajo la dirección de un terapeuta. Forma parte del
amplio mundo de la terapia de familia
y, consecuentemente, existe un gran número de escuelas (conductista, psicoanalista, sistémica, estructural, humanista,
entre otras) que tienen diferentes supuestos, lenguajes, criterios, técnicas y
sistemas de tratamiento, así como distintas visiones de las necesidades de
desarrollo del aprendizaje social y de las psicopatologías.
Todas ellas coinciden en la importancia que representa
la comunicación en la vida de una
pareja y la necesidad de expresar adecuadamente los sentimientos para poder
reconstruir una relación gratificante. Su intervención irá encaminada a mejorar
las habilidades técnicas y estratégicas que se ponen en juego en la interacción
social. Para su puesta en práctica es necesario el compromiso personal de los
implicados, que pueden recibir el tratamiento de forma individual o en grupo.
Terapia
ocupacional. Tratamiento paramédico que implica una actividad útil
planeada, que favorece la recuperación de las personas afectadas por una
enfermedad mental o una incapacidad física, que algunas veces aparecen tras un
accidente. Este tipo de terapia es
proporcionada por un terapeuta ocupacional bajo la dirección de un médico.
Considerada en su origen como una forma de ocupar el tiempo de los pacientes en
periodo de convalecencia, en la actualidad la terapia ocupacional se ha convertido en un programa de actividades
de trabajo que se seleccionan por su valor físico, mental, emocional y
vocacional.
El trabajo del terapeuta está basado en la valoración
que realiza el médico sobre el diagnóstico, pronóstico, personalidad y
limitaciones físicas y emocionales, así como en los objetivos que se persiguen.
Con frecuencia el terapeuta emplea una forma de rehabilitación vocacional para
la que selecciona actividades que tratan de enseñar tareas básicas de la vida
diaria a aquellos que nunca las han aprendido, o que las han perdido, como en
el caso de quienes han sufrido una amputación, o de aquellos que por otra razón
están impedidos físicamente.
Además, cuando el
terapeuta trabaja con pacientes que nunca han tenido un empleo, que han
desempeñado tareas que no requerían ninguna técnica, o con aquellos cuyo tipo
de trabajo ha de cambiar debido a la incapacidad adquirida, debe también
recurrir al uso de pruebas pre- vocacionales y a la orientación. El terapeuta
calificado está instruido en actividades como la jardinería, los trabajos
manuales, la música, distintos tipos de opciones recreativas, y las artesanías.
Después de determinar la buena disposición del paciente
para participar en un campo determinado, el terapeuta utilizará una o más de
estas actividades para obtener el resultado deseado. Con independencia de que
trate con un enfermo físico o emocional, un paciente crónico, adultos normales,
ancianos o niños, el terapeuta desarrolla su trabajo en dos áreas: la funcional y la psicológica.
La terapia
funcional se centra en las funciones y disfunciones del sistema muscular y
nervioso, y en cómo las actividades planeadas pueden ayudar mejor a desarrollar
o restablecer las capacidades sensoriales, motoras y perceptivas. Está indicada
en aquellos casos en que la incapacidad física limita las actividades de una
persona en términos de cuidados diarios, ocio y trabajo.
El programa de terapia
ocupacional se individualiza con el fin de desarrollar y restablecer al
máximo la coordinación nerviosa o muscular, aumentar la movilidad de las
articulaciones, y fortalecer los músculos dentro de los límites de la
tolerancia física del paciente. La terapia
funcional también tiene en cuenta las motivaciones de los pacientes para
llevar a cabo las actividades con sentido terapéutico.
La terapia
psicológica se centra en la realización de actividades útiles planificadas,
que proporcionen al paciente triunfos escalonados que le ayudarán a vencer la
falta de confianza en sí mismo, la dificultad de enfrentarse al estrés y la
depresión. Aquí la terapia ocupacional
se centra en obtener un equilibrio entre el trabajo, el juego y el descanso, en
maximizar la función independiente, y en considerar al paciente como un sujeto
capaz y no como un impedido. Con independencia de si el impedimento deriva de
una incapacidad física o de una enfermedad mental, la rehabilitación
psicológica del paciente es importante.
De modo que en la literatura especializada hasta el
presente, el concepto de Ludoterapia
no aparece definido, derivándose su comprensión de la interpretación
etimológica de los términos ludo,
como juego, y terapia, como tratamiento;
esto es: tratamiento mediante el juego.
Pero, en la misma aplicación del término radican ya las limitaciones habituales
en cuanto al alcance de lo lúdico, identificándolo solo con los juegos
infantiles, e ignorándose así que este concepto define a uno de los procesos
más abarcadores y omnipresentes de la cultura desde los mismos orígenes de la
civilización, donde se manifestó en las primitivas acciones de comunicación social –danzas rituales, pictogramas, y otras-
empleadas como representación simbólica
de la realidad.
Lo lúdico está
vinculado a la espiritualidad, o mundo interior del ser humano, y se concreta mediante las formas específicas
que asume, como expresión de la cultura en un determinado contexto de tiempo y
espacio. Una de tales formas es el juego,
actividad lúdica por excelencia. Pero también lo son las diversas manifestaciones del arte, el deporte, el espectáculo y la
fiesta, la comicidad de los pueblos, el afán creador en el quehacer laboral
-que lo convierte de simple acción reproductiva en interesante proceso
creativo-, el rito sacro y la liturgia religiosa y, por supuesto, la relación
afectiva y el sublime acto de amor en la pareja humana. En todas ellas está
presente la magia del simbolismo lúdico,
que transporta a los participantes hacia una dimensión espacio-temporal paralela
a lo real, estimulando los recursos de la fantasía, la imaginación y la
creatividad.
Tal comprensión permite otorgar a la Ludoterapia con un enfoque desde la Ludología, o Ludología terapéutica, un carácter abarcador de acciones que, como
el psicodrama o el psicoballet, se han considerado
procedimientos diferentes a la ludoterapia
propiamente dicha, aunque tanto el drama como el ballet, como manifestaciones
artísticas, son actividades lúdicas como lo es el juego.
De modo que, desde nuestra propuesta, se define a la Ludoterapia como una herramienta de
intervención inclusiva y multifacética, que tiene a la Lúdica como su recurso fundamental, definición con la cual
identificaremos y aplicaremos el término en lo adelante.
Como toda terapia
conductual, ella tiene como objetivo esencial devolver -u otorgar por
primera vez- a las personas la certeza y convicción sobre sus plenas
capacidades físicas y mentales. Esto es: para el total ejercicio de su propio e
intrínseco poder, lo cual se revierte
en la elevación de la autoestima y en un mayor disfrute de la existencia.
Muy diversas causas, debidas a trastornos de tipo físico
o mental, pueden provocar la necesidad de tratamientos ludoterapéuticos. Las causas físicas se originan en factores
genéticos (desde el nacimiento) o en traumas provocados por factores externos
(accidentes, agresiones, enfermedades...). Las causas mentales -aunque también pueden tener carácter congénito o
deberse a secuelas de traumas externos- comúnmente son el resultado de la
vinculación del individuo con su medio familiar y/o social, cuando esto se
produce de forma inadecuada y traumática, afectándose de tal modo el desarrollo
integral de la personalidad en seres humanos que no presentan deficiencias
físicas, por lo que constituyen trastornos adquiridos.
La Ludología
terapéutica brinda atención sobre todo a las afectaciones de tipo mental
por causas familiares y/o sociales. Esto es, a los trastornos de la
personalidad, que pueden presentar las siguientes diversas manifestaciones:
a)
Trastornos en el comportamiento, adquiridos en la infancia y la
adolescencia.
b)
Trastornos en el aprendizaje, en las etapas primaria y básica.
c)
Trastornos en la conducta familiar, en la juventud y la adultez.
d)
Trastornos en la conducta social, en la juventud y la adultez.
e)
Trastornos en la integración y el
rendimiento, en
la esfera laboral.
f)
Trastornos en la inclusión y la comunicación, en lo afectivo y lo conceptual.
Pero, igualmente puede brindar atención a trastornos
sensoriales y de motricidad en niños/as y/o adolescentes con necesidades
educativas especiales, sobre todo para estimular en ellos los procesos del
aprendizaje, la inclusión y la comunicación social.
Por otra parte, las denominadas desviaciones de la conducta, que en ocasiones pueden ser causa de tratamiento
ludoterapéutico, por su validación respecto a normas y patrones aceptados en un
determinado momento tienen carácter histórico, y en consecuencia es preciso
considerarlas según el entorno sociocultural en que se presenten. Por ejemplo:
el homosexualismo, que hace un tiempo se calificó como una desviación en la
conducta sexual socialmente aceptada para hombres y mujeres -y por tanto muy
probable causa de tratamiento terapéutico-, hoy se considera, en la mayoría de
las sociedades, un derecho de los seres humanos en su capacidad de elección
para el libre ejercicio de la sexualidad, por lo cual dejó de ser un fenómeno
traumático y de necesario tratamiento.
Pero, existen desviaciones de conducta que afectan a
valores humanos universales e imperecederos -la honestidad, la disciplina
social, el respeto, y otros-, por lo que acciones como el alcoholismo, la
drogadicción, y la violencia –por citar algunos ejemplos- requerirán siempre de
tratamientos terapéuticos, principalmente en empeños preventivos.
El tratamiento
ludoterapéutico preventivo tiene la importancia de detectar, investigar y abordar las causas
que generan desviaciones de conducta y/o trastornos de la personalidad
justamente cuando comienzan a manifestarse. Esto es, en el inicial entorno témporo-espacial
del individuo: durante las primeras edades y en el marco familiar. Más adelante
–ya en la adultez- el tratamiento de semejantes conflictos tendrá que ser
abordado con el ejercicio de la violencia legal u oficial, lo que
inevitablemente provocará reacciones igualmente violentas, condenándose de tal
modo a la sociedad a un círculo vicioso de inestabilidad.
Trabajar para los niños y las niñas será siempre
trabajar por un proyecto, pues cada niño es incuestionablemente un proyecto de
hombre, y cada niña es, igualmente, un proyecto de mujer. Las capacidades,
destrezas, aptitudes, actitudes, sentimientos y valores humanos que hoy seamos
capaces de inculcar y desarrollar en niños y niñas determinarán al tipo de
hombre y de mujer que tendremos mañana.
Los educadores comprendemos cabalmente este principio
esencial en todo empeño de construcción humana, y sólo aspiramos a que los
diseños de la sociedad contribuyan a hacerlo realidad. Tristemente, en la gran
mayoría de los casos a lo largo de la historia, y hasta nuestros días, esto no
es así. Las estructuras de poder –económico, político, social- han
preferido reprimir y sancionar las
conductas adultas inadecuadas antes que prevenir efectivamente su aparición
desde la infancia.
Y si es así, no necesariamente se debe a la mala
voluntad de empresarios, políticos o gestores sociales –lo que también ocurre-,
sino sobre todo a la ignorancia o incomprensión de dicho principio; pero en
todo caso, a la falta de prioridad de tales acciones en el diseño social, pues
aparentemente carecen de rentabilidad material a corto y mediano plazos, y sólo
pueden ser valoradas durante el tránsito generacional.
En el mejor de los casos, los sistemas educacionales
formales se han empeñado tradicionalmente en la transmisión de conocimientos
que aseguren la progresiva adquisición de capacidades, destrezas y aptitudes,
obviamente con el propósito esencial de preparar tecnológica y científicamente
a los hombres y mujeres del mañana para el rol de productores al que el pragmatismo
social les destina.
¿Qué pasa, entonces, con las actitudes, sentimientos y
valores humanos? Aunque una concepción integral de la educación formal también considera estos resultados en el proceso
docente, es incuestionable que la mayor aportación en este sentido corresponde
a las denominadas vías no formales de
educación, a través de una gran diversidad de instituciones socioculturales
que atienden a personas de todas las edades, nivel escolar y condición social.
La educación no
formal es un complemento indispensable del sistema formal que se cumple en
las instituciones educativas a los diferentes niveles. Su primera instancia es
la familia, donde el ejemplo y
autoridad de los padres, abuelos y demás personas mayores ha de ser premisa
para la adquisición de actitudes, sentimientos y valores humanos en los
pequeños.
Lamentablemente, en las condiciones de la modernidad la disfuncionalidad familiar es una constante que afecta a todas las capas
sociales, lo que unido a factores de tipo económico -como las condiciones de
pobreza extrema e inestabilidad laboral- anula en gran medida ese importante
rol de la familia en la sociedad.
En las grandes ciudades este problema se agudiza,
además, por el desenfrenado y en ocasiones caótico régimen de sobrevivencia que
imponen la inseguridad ciudadana por los altos índices delictivos, la pérdida
de solidaridad y la elevada competitividad predominantes. De tal modo que ellas
resultan verdaderas junglas de concreto donde rige la ley del “¡sálvese quien pueda!”.
Es en este contexto donde la comunidad ha de
constituirse en el más efectivo recurso para la educación no formal, complementando, y en muchas ocasiones sustituyendo,
el así deteriorado papel de la familia, a través de un muy variado sistema de instituciones socioculturales que, desde
el ejercicio del juego, el arte, el deporte, la literatura, el intercambio de
información, y otras actividades, aseguren los procesos de la comunicación social como forma de
interacción educativa, útil y provechosa entre los seres humanos. Un buen
ejemplo de ello son las ludotecas.
Pero, hay que tener muy en cuenta que tales acciones no
formales sólo podrán transcurrir durante el denominado “tiempo libre” de las personas, pues aquellas otras priorizadas por
la sociedad –como el trabajo y el estudio formal (al que se le debe considerar
como “trabajo escolar”)- ocupan la
mayor parte del tiempo individual y gozan de total presencia en el diseño
social, por ser las económicamente rentables a corto y mediano plazos.
Así que el problema de la existencia, y adecuado
funcionamiento, de instituciones socioculturales encargadas de la educación no formal se incrementa con la
necesidad de que las personas se vinculen a ellas de forma autónomamente
condicionada –esto es, durante su tiempo libre-, sacrificando parte de su
descanso para disfrutar de dichas ofertas, porque encuentran en ellas
satisfacción y placer. Este problema es aún mayor cuando el destino final son
niños, niñas y adolescentes. Entonces, será inevitable incorporar a los
recursos de dichas instituciones los métodos de la Lúdica. Veamos su alcance a continuación:
a) Trastornos en el comportamiento de niños y niñas.
Una buena parte de los tratamientos ludoterapéuticos se dirigen al abordaje de trastornos en el comportamiento de niños y
niñas, así como de adolescentes, que en general se apartan de los patrones
comunes y adecuados para sus respectivas edades. Los padres, en primer término,
y los educadores después, someten a los pequeños a un continuo proceso de
observación y comparación, llegando a conclusiones sobre su comportamiento
respecto a las normas aceptadas, en cuanto a:
·
Motricidad, estabilidad, coordinación, agilidad.
·
Expresividad y comunicación oral.
·
Afectividad, empatía y capacidad de cooperación.
·
Racionalidad y capacidad heurística, para la solución de problemas.
·
Fantasía, imaginación, creatividad y pensamiento lateral.
·
Sentido de identidad y autoestima.
·
Capacidad de recuperación, resiliencia, voluntad y disposición
autocrítica.
·
Comprensión y aceptación de las diferencias.
·
Asertividad, control emocional y tratamiento de conflictos.
·
Tendencia general predominante, hacia lo positivo o lo negativo.
Hay que destacar que los trastornos probables en esta
esfera del comportamiento, susceptibles del tratamiento
ludoterapéutico son, sobre todo, adquiridos durante la infancia o la
adolescencia, debiéndose por tanto a causas externas, las mismas que es preciso
abordar en las acciones de prevención y/o recuperación. Otras deformaciones en
el comportamiento por causas físicas –genéticas o debidas a traumas-, como es
el caso del autismo, o déficits en la actividad mental, requieren tratamiento
médico especializado –psiquiátrico-, y la Ludoterapia
sólo puede intervenir en ellas del limitado modo que con otros tipos de
necesidades especiales.
b) Trastornos en el aprendizaje, en las etapas primaria y básica.
Sin dudas la mayor preocupación de los padres en cuanto
al funcionamiento intelectual de sus hijos es su capacidad de aprendizaje, pues de ello dependerá en gran medida el
desarrollo de sus aptitudes y conocimientos, y en consecuencia su preparación
para el competitivo mundo adulto, que les espera. Una de las preguntas que con mayor frecuencia
se hacen tanto progenitores como educadores es: “¿Por qué no aprende un niño/a?”. Las respuestas pueden ser
diversas, pues las causas son sin dudas multifacéticas; pero en general estarán
siempre presentes factores como los siguientes:
·
Falta de motivación respecto a una asignatura, o al proceso docente en
general.
·
Incapacidad de concentración, y tendencia a la dispersión del
pensamiento.
·
Falta de racionalidad y capacidad heurística, para el planteamiento y
resolución de problemas.
·
Dificultades para la lecto-escritura o el cálculo aritmético.
·
Retraso escolar notablemente invalidante.
·
Empleo de métodos didácticos que dificultan la comunicación
profesor-alumno.
·
Ausencia de métodos inclusivos y participativos del alumno en el proceso
docente.
·
Situación entrópica en las relaciones del alumno con su entorno escolar.
·
Carga docente agobiante y agotadora, en la jornada escolar y aun
extraescolar.
·
Influencia de factores externos (personales, familiares, sociales)
desestimulantes.
Otros trastornos del aprendizaje provocados por causas
físicas –genéticas o debidas a traumas-, como es el caso de déficits en la
actividad mental, o afectaciones en la vista, el oído, o el habla, requieren
tratamiento médico especializado –psiquiátrico, otorrinolaringológico, foniátrico,
oftalmológico…- y la Ludoterapia sólo
puede intervenir en ellos del limitado modo que con otros tipos de necesidades
especiales.
c) Trastornos en la conducta familiar, en la juventud y la adultez.
Todos los enfoques sociológicos coinciden en situar a la
familia como fundamento y base de la
sociedad, por lo que la estabilidad de esta dependerá, en gran medida, de la
armonía alcanzada en el funcionamiento
familiar. De tal modo, la investigación previa al tratamiento ludoterapéutico
tendrá que evaluar los siguientes indicadores de trastornos de la conducta
familiar, y su influencia en la juventud y la adultez:
·
Existencia de relaciones de subordinación basadas en la economía o la
violencia domésticas.
·
Manifestaciones de discriminación de género (machismo, hembrismo, etc.).
·
Incomunicación intergeneracional e irrespeto entre los miembros de la
familia.
·
Efectos nocivos del alcoholismo, la drogadicción, juegos de azar, u otras
acciones.
·
Promiscuidad y/o práctica de abuso sexual hacia miembros menores de la
familia.
·
Exigencias de trabajo infantil con el principal interés de la explotación
económica.
·
Ausencia de diálogo y de inclusión participativa en la toma de
decisiones.
·
Práctica de acciones delictivas por uno o más miembros de la familia.
·
Conflictos de convivencia intrafamiliar e interfamiliar.
·
Influencia de factores sociales (desempleo, hacinamiento, pobreza
extrema, etc.).
Una familia disfuncional no podrá generar sino jóvenes y
adultos disfuncionales, cuyas actitudes y comportamientos sociales trasladarán
al seno de la comunidad los conflictos y traumas que adquirieron y
desarrollaron desde la más temprana infancia.
d) Trastornos en la conducta social, en la juventud y la
adultez.
Todo hombre civilizado gusta de vivir en colectividad.
Es sobre todo en la sociedad donde el individuo se realiza como ser humano a
partir de la formación recibida, en primera instancia, en su familia. Puede
asegurarse que cuanto esfuerzo de perfeccionamiento realiza el hombre va
justamente dirigido a alcanzar y consolidar un lugar en el recuento histórico
de sus semejantes.
Lamentablemente, no todos lo consiguen de manera
positiva, y muchos más que lo deseado siguen caminos de franca confrontación
con la sociedad, desarrollando conductas de ilegalidad e indisciplina social, por lo que será posible encontrar en ellos los
orígenes de semejantes conductas en factores como los siguientes:
·
Condiciones de marginalidad económica y social, y falta de oportunidades.
·
Condiciones de disfuncionalidad familiar.
·
Escaso nivel cultural y/o profesional.
·
Poca o ninguna participación en proyectos y acciones de gestión
comunitaria.
·
Poca o ninguna participación en actividades recreativas de tiempo libre.
·
Poca o ninguna participación en planes socioculturales y de educación de
adultos.
·
Poca o ninguna participación en sociedades profesionales, o hermandades.
·
Poca o ninguna participación en instituciones religiosas y grupos de fe.
·
Concepciones políticas o ideológicas de corte reaccionario y antisocial.
·
Tolerancia, vinculación y/o participación directa en actividades penadas
por la Ley.
Si consideramos, muy acertadamente, que la verdadera causa de la indisciplina social
está en la insatisfacción social, es evidente que tales desviaciones de
conducta es preciso atenderlas sobre todo en sus causas y no en sus
consecuencias.
e) Trastornos en la integración y el rendimiento, en la esfera laboral.
La principal tarea del hombre a lo largo de su
existencia es enfrentarse a sus “contrarios”
–los factores naturales y sociales que le rodean e influyen sobre su
comportamiento-, como resultado de lo cual descubrirá sus limitaciones, se
perfeccionará y aprenderá a confiar en sus posibilidades, desarrollando el
importante sentimiento de autoestima.
Pero también estará, sobre todo en el ámbito laboral, bajo la amenaza que rige allí
la conducta de los individuos, provocando trastornos en su integración y
rendimientos, de los siguientes tipos:
·
Competición violenta entre los compañeros, por mejores puestos y
remuneración.
·
Condiciones laborales de explotación, bajos salarios y ausencia de
estimulación.
·
Conductas reproductivas, transitando por vías habituales y seguras de
actuación.
·
Falta de racionalidad y capacidad heurística, para el planteamiento de
problemas.
·
Poca disposición a la creatividad y la innovación, por temor al fracaso.
·
Acciones discriminatorias de diverso tipo, y abuso de poder por parte de los
directivos.
·
Poca o ninguna participación en la toma de decisiones que afectan al
colectivo.
·
Agotamiento físico y/o mental extremo por anormales condiciones de
trabajo.
·
Sumisión y pérdida de autoestima por las condiciones de subordinación
existentes.
·
Ausencia de opciones que propicien actividades de recuperación física y/o
mental.
Tales desórdenes en las relaciones interpersonales
convierten el clima laboral en un verdadero infierno para quienes deben
desempeñarse en él.
f) Trastornos en la inclusión y la comunicación, en lo afectivo y lo
conceptual.
Todos quienes deseamos mirar al porvenir con las
expectativas del mejoramiento humano comprendemos la necesidad de generar
transformaciones en el terreno de las ideas, que aseguren la vigencia de los
más altos valores morales, como la honestidad,
la solidaridad y la aceptación de diferencias en las relaciones interpersonales.Tal
proceso de transformación tiene, sin dudas, un esencial carácter cultural como
campo de expresión de las ideas y de las formas de comunicación entre los seres
humanos.
Pero, para que este proceso alcance óptimos resultados
es indispensable que exista entre sus participantes una voluntad inclusiva,
expresada por los siguientes factores: identidad,
para que todos se reconozcan mutuamente y desarrollen los sentimientos de
pertenencia; solidaridad, por la
dimensión colectiva que propician las acciones de cooperación; participación, al percibir dichas
acciones como un peldaño hacia las responsabilidades en las diversas esferas de
la vida social. Cuando esto falla, el proceso resultará un “diálogo de sordos”, con traumáticos
efectos en las esferas afectiva y conceptual de las relaciones humanas, como
los que se relacionan a continuación:
·
Dificultades para la expresividad afectiva y la comunicación con los
demás.
·
Escasas empatía y capacidad de integración y cooperación en acciones
grupales.
·
Falta de racionalidad y capacidad heurística, para el planteamiento de
problemas.
·
Impulsividad y poca capacidad de reflexión en la toma de decisiones.
·
Pobre sentido de identidad, de pertenencia, y autoestima.
·
Insuficientes capacidades de recuperación, resiliencia, voluntad, y
autocrítica.
·
Intolerancia, escasa capacidad de comprensión y aceptación de las
diferencias.
·
Pobre control emocional e insuficiente asertividad para el tratamiento de
conflictos.
·
Tendencia predominante hacia el aislamiento y la incomunicación.
·
Situación entrópica en las relaciones del individuo con el entorno
social.
Los efectos en este campo se derivan sustancialmente de
los ya vistos como trastornos adquiridos en la infancia y la adolescencia, lo
que resulta lógica consecuencia de los procesos traumáticos experimentados
durante las primeras etapas de la vida, por lo que un adecuado tratamiento de
ellos entonces puede prevenir y evitar su aparición más adelante.
g) Atención a niños, niñas y adolescentes con necesidades educativas
especiales
Los niños, niñas y adolescentes con necesidades
educativas especiales son, generalmente, portadores de deficiencias físicas y/o
mentales de tipo genético o adquiridas como resultado de experiencias
traumáticas vividas (enfermedades, agresiones, accidentes…). Ellos requieren de
tratamientos médicos especializados (disciplinas de rehabilitación), y el papel
que la Ludoterapia puede jugar se
destina, sobre todo, a la estimulación de los procesos del aprendizaje, la inclusión y la comunicación social, siempre con la
intencionalidad de mejorar la calidad de vida desde el placer y la recreación. A
tales efectos, resultan alternativas de acción propósitos como los siguientes:
·
Potenciar la capacidad de resiliencia y la voluntad para afrontar los
traumas.
·
Potenciar al máximo las disponibilidades de recursos de psicomotricidad.
·
Desarrollar los procesos de aprendizaje placentero, desde la Lúdica.
·
Incrementar el sentido de identidad y la autoestima.
·
Estimular el control emocional y la asertividad para el tratamiento de
conflictos.
·
Estimular la expresividad afectiva y la comunicación con quienes les
rodean.
·
Desarrollar la capacidad de aceptación y tolerancia a las acciones de los
demás.
·
Superar y eliminar las tendencias hacia el aislamiento y la
incomunicación.
·
Crear empatía y capacidad de integración y cooperación en acciones
grupales.
·
Impedir la acción adversa de factores externos como sobreprotección,
lástima, etc.
- Pedro Fulleda Bandera (Ludólogo, Educador, Comunicador social, Cuba)
No hay comentarios:
Publicar un comentario