EL JUEGO Y LA PEDAGOGÍA


El juego es fuente de aprendizaje porque estimula al niño a la acción, a la reflexión y a la expresión. Las actividades lúdicas le permiten indagar y conocer la naturaleza del mundo social y físico que le rodea, el que va poco a poco estructurando y comprendiendo. Las múltiples características y funciones del juego nos están hablando de sus posibilidades específicas en el ámbito didáctico, ya que la simple función lúdica acompaña siempre un contenido y unas posibilidades de aprovechamiento personal.
Fácilmente puede entenderse que los objetivos de las diferentes áreas de conocimiento curricular en la escuela pueden ser obtenidos mediante el juego, con menos trabajo. Si de la acción y el hecho de jugar pasamos a la consideración de los recursos necesarios para ello -los juguetes- comprobaremos que estos pueden formar parte del material escolar, en competencia con otros materiales y recursos nacidos con intención claramente didáctica.             
No hay diferencia entre jugar y aprender, porque cualquier juego que presente nuevas exigencias al niño ha de considerarse como una oportunidad de aprendizaje. En el juego los pequeños aprenden con una facilidad notable porque están especialmente predispuestos para recibir lo que les ofrece la actividad lúdica, a la que se entregan con placer.
La memoria, la atención, el ingenio, se agudizan en el juego, y todos estos aprendizajes que el niño realiza cuando juega serán transferidos posteriormente a situaciones no lúdicas. El juego es un instrumento trascendental de aprendizaje para la vida, y por lo tanto constituye una sobresaliente herramienta en el proceso de enseñanza-aprendizaje. El verdadero interés educativo del juego radica en la posibilidad de transferencia que posee, lo que permite su aplicación en otras actividades, sin que pierda su carácter lúdico.                            
Parece en principio contradictorio relacionar en una misma expresión los términos “juego” y “educativo”. El juego tiene un fin en sí mismo. Atribuirle como finalidad la adquisición de conocimientos y aptitudes parece transformarlo en otra cosa, aunque es sabido que él ayuda al desarrollo integral del niño. En la actualidad, bajo la expresión de juegos educativos se ampara el juego con vocación pedagógica, los ejercicios sensoriales, los sensorio-motores, los basados en manipulaciones y experimentación, usados sobre todo en la educación infantil. Los juegos didácticos satisfacen un deseo de adquisición de conocimientos (juegos históricos, geográficos, religiosos, militares, científicos, culturales...). Varían según la época, en función de las necesidades de los individuos y los descubrimientos. Para el juego que favorece el aprendizaje de la lectura, de la gramática o el cálculo se reserva el término de juego pedagógico.                             
En las manos del maestro el juego se convierte en útil gracias a que el aprendizaje se copia sobre lo vivido por el niño, sobre sus intereses y necesidades. No es verdaderamente un ejercicio ni una diversión, pero mantiene una relación constante con el buen resultado escolar. Es un mediador pedagógico entre el niño y la civilización, entre la experiencia individual y la herencia cultural. Si la noción de eficiencia, propia de nuestra sociedad, explica el interés por los juegos llamados educativos, la aproximación de los términos “juego” y “educativo”, durante mucho tiempo enfrentados, es una prueba de la evolución del modo de pensar frente a la apropiación del juego para fines pedagógicos.                                                     
La tecnología moderna deja sentir también su influencia sobre los juegos educativos. Los primeros juguetes reproducen los descubrimientos técnicos de su época y eran más bien para su contemplación y admiración. Se corresponden con la concepción actual de juegos de iniciación científica, que permiten una aproximación a las ciencias. Con ellos el jugador llega a comprender las reglas fundamentales de la biología, la física y la química. Junto a estos juegos encontramos otros de más clara iniciación tecnológica, como microordenadores, que procuran experiencias no para descubrir sus principios, sino para alcanzar un saber-hacer.
El valor educativo que se le viene otorgando al juego no llega a suplantar al que se le da desde una perspectiva piagetiana. Para Piaget, que resalta la interacción del ejercicio mental y el físico, el juego es una forma de acción especialmente poderosa, que fomenta la vida social y la actividad constructiva del niño. Piaget señala cuatro niveles en la forma del juego de los niños según el principio de predominio en el tiempo, de una ocupación sobre otra, y la aparición sucesiva de distintas formas de prácticas lúdicas.
En el primer nivel, el del juego motor individual, el pequeño juega solo y hace una serie de cosas no propiamente juegos. En el segundo nivel (2-5 años), el del juego egocéntrico, los menores imitan a los niños mayores, pero jugando en solitario, o con otros pero sin ánimo de competir. Entre los 5 y 6 años los niños comienzan a verse en relación con los demás. El tercer nivel aparece entre los 7-8 años, el de la cooperación incipiente, caracterizada por la presencia de la competición, lo que induce a los niños a cooperar a fin de establecer las reglas y tratar de respetarlas. No es hasta el cuarto nivel (desde los 11-12 años) que los niños cooperan en el intento de unificar las reglas del juego. Ejercicio, símbolo y reglas son los tres estadios sucesivos característicos de las grandes categorías de juego. Si se consideran como correspondientes a tres niveles, se entiende que estos niveles están caracterizados por las diversas y sucesivas formas de la inteligencia: sensorio-motriz, representativa y reflexiva.
La Pedagogía moderna, con ayuda de la Psicología, reconoce que el aprendizaje del niño se refuerza con el juego. Esta actitud induce muchas veces al educador a sumergirse en el universo del niño y a sobrecargarlo de objetos y actividades lúdicas con la intención de que se abra a los progresos de la cultura y la tecnología actuales, mas, con el riesgo de que el pequeño pierda el rumbo. Con esa reserva, es preciso explotar toda actividad y material lúdico en la medida en que puedan servir de inspiración a la Pedagogía en la búsqueda de una actitud y un lenguaje más natural para el aprendizaje por parte del niño.

  • Miguel Longo (Educador e investigador gallego, España)

No hay comentarios:

Publicar un comentario