Un primer equívoco
que debe evitarse es el de confundir lúdica con juego, pese a que
semánticamente los diccionarios tratan estas expresiones casi como sinónimos. Al parecer todo juego es lúdico, pero no
todo lo lúdico es juego. No se trata de un simple malabarismo de palabras;
se trata de empezar por reconocer que la lúdica no se reduce o agota en los
juegos, que va más allá, trascendiéndolos, con una connotación general,
mientras que el juego es más particular.
¿Qué es entonces
lo lúdico o la lúdica?... La lúdica se
asume aquí como una dimensión del
desarrollo humano, esto es, como una parte constitutiva del hombre, tan
importante como otras dimensiones históricamente más aceptadas: la cognitiva,
la sexual, la comunicativa, etc. En tanto que dimensión del desarrollo humano,
la lúdica se constituye en un factor decisivo para enriquecer o empobrecer
dicho desarrollo, pudiendo afirmarse que a mayores posibilidades de expresión y
satisfacción lúdica corresponden mejores posibilidades de salud y bienestar y,
por tanto, a ambientes que bloqueen o limiten la expresión lúdica corresponden
personas con carencias significativas en el desarrollo humano, tanto así como
si se reprime o bloquea la sexualidad y el conocimiento.
Sin embargo,
afirmar que la lúdica es una
dimensión humana no es más que una definición genérica; será necesario
caracterizarla aún más para efectos de su comprensión. La lúdica se refiere a la necesidad del ser humano, de sentir,
expresar, comunicar y producir emociones primarias (reír, gritar, llorar,
gozar), emociones orientadas hacia la entretención, la diversión, el
esparcimiento. Si se acepta esta definición se comprenderá que la lúdica posee una ilimitada cantidad de
formas, medios o satisfactores, de los cuales el juego es tan solo uno de
ellos.
Puede asegurarse,
con base en lo expuesto, que la lúdica
se expresa en actividades tan diferentes como el baile, el paseo, la
observación de un partido de fútbol, el jumping (saltar al vacío desde un
puente, atado a una cuerda elástica) o leer poesía. Lo que hay de común en este
abanico es la búsqueda de emoción placentera, la vivencia de tensiones
excitantes. Estas actividades difieren de las comúnmente aceptadas como juegos,
evidenciando el carácter genérico de la lúdica
y la inconveniencia de reducirla a una forma particular de expresión. De la
misma manera como la dimensión cognitiva del hombre no se agota con el estudio
matemático o con la memoria, ni la sexualidad se reduce a genitalidad, la lúdica no es sólo juego.
Este equívoco
puede llevar a pensar, por ejemplo, al profesor de Educación física en que
solamente ofrecerá a sus estudiantes la opción lúdica del juego-deporte,
imposibilitando otras manifestaciones tan apetecidas por los jóvenes, como las
ya citadas.
Con Max Neef
se puede expresar que la lúdica debe
ser concebida no solamente como una necesidad del ser humano, sino como una
potencialidad creativa. Esto es, que el
hombre no sólo requiere de la lúdica
para su desarrollo armónico, sino que también puede, y en verdad lo hace,
producir satisfactores de dicha necesidad, durante su desarrollo histórico,
social y ontogenético. Por esta razón el hombre ha bailado, reído y jugado
desde tiempos inmemoriales y cada nuevo ser empieza su incursión en el mundo de
la vida mediante actividades lúdicas con los elementos de su entorno.
Otro equívoco
bastante común consiste en oponer lo lúdico a lo laboral o, peor aún, en hacer
depender lo lúdico del trabajo. Esta errónea interpretación se refleja en la
dicotomía del lenguaje cotidiano: ¿juega
o trabaja?, y en las falsas atribuciones de seriedad y utilidad para lo
laboral, y de no seriedad e inutilidad para lo lúdico.
Se reconoce la
importancia del trabajo, pero, no por ello se acepta que sea lo único
importante en la vida del hombre, con Huizinga
se puede apoyar la hipótesis de que juego
y trabajo son las dos formas básicas de la existencia humana. En este ensayo la lúdica no es lo opuesto al trabajo;
es sencillamente algo diferente,
tanto como la cognición o la sexualidad.
Quizás el problema
de la preponderancia dada al trabajo se deba en buena medida al predominio de
una racionalidad técnico-instrumental y pragmática, que acompaña la
modernización de las sociedades industrializadas, en combinación con la
hegemonía ejercida por la ciencia positiva en campos como el de la educación.
Este modelo científico y sociocultural centró el referente de la felicidad
humana en la producción, control y posesión de bienes materiales, subvalorando
todo aquello que no fuera de uso práctico, mensurable y visible. De esta manera
se creó una ideología que atenta seriamente contra lo afectivo, lo sensible, lo
emocional, relegándolo a un plano marginal y cargándolo de desprecio.
Por lo demás, la
preponderancia ideológica que posee el trabajo en las sociedades actuales no ha
sido históricamente constante. En la antigüedad griega el trabajo material fue
considerado de menor valor, frente al cultivo del ocio contemplativo o
especulativo sobre la naturaleza, el hombre y el cosmos. Por esto no se acepta
que lo lúdico sea aquello que se opone al trabajo, o aquello que carece de
utilidad o seriedad. Se puede afirmar que no hay nada más serio que el juego de
un niño y que, según los psicólogos, sin afecto y emociones el desarrollo de la
personalidad se verá profundamente afectado. Entonces, ¿cómo considerar inútil
lo lúdico? Tampoco se puede aceptar que lo lúdico sea aquello que se hace para
mejorar la actividad laboral.
Seguramente que a un desarrollo lúdico adecuado corresponderán personas
mejor dispuestas para el trabajo, pero no se puede pensar por ello que la razón
de ser de lo lúdico esté dada por o para el trabajo. La necesidad espiritual de
la entretención, la diversión y el goce es independiente del trabajo. Aún sin
él (y pese a él) debe desarrollarse.
Justamente por
esta equivocación de oponer lo lúdico a lo laboral, o de poner lo lúdico en
función de lo productivo, se ha generado otro equívoco, mediante el cual se
asocia o confunde lúdica con tiempo libre. La lúdica, ya expuesta como dimensión fundamental del desarrollo
humano, no se circunscribe a un encuadre temporal específico, no es únicamente
para el tiempo libre; es para todo momento de la vida cotidiana, así como la
cognición no se limita al marco témporo-espacial de la institución escolar y
está presente en todos nuestros actos.
La categoría de tiempo libre parece corresponder a un
momento histórico del desarrollo de las fuerzas productivas, en el cual se
organiza fundamentalmente la vida laboral de los asalariados en jornadas
intensivas, con intervalos de descanso o para la recuperación del trabajador.
Esta categoría nació como una consecuencia y dependencia de lo laboral, pero la
acepción de “libre” dada a este
tiempo debe relativizarse en el sentido de: ser libre únicamente de la faena
contractual-remunerativa y específica de la empresa o fábrica. El tiempo libre no puede, pues, asumirse
como sinónimo de lúdico, sino principalmente como de descanso, recuperación
energética y atención de necesidades fisiológicas (sueño, alimento...).
Menos aún puede
considerársele libre para hacer lo que a uno le plazca, pues el desarrollo de
la vida personal y familiar exige que en dicho tiempo se asuman tareas y
oficios que, aunque no remunerados, escapan al capricho o interés lúdico, como
reparar un electrodoméstico, ir al médico, ayudar a un hijo en sus tareas
escolares, cocinar, etc. Tampoco se niega que en el tiempo libre haya actividades lúdicas, máxime cuando se ha dicho
que la lúdica está presente en toda
la vida cotidiana. Se afirma que el
denominado tiempo libre no lo es
tanto, que no está dedicado a la lúdica
y que mucho de lo que allí se hace tiene un carácter laboral. Tal vez el tiempo libre se asocie más al concepto
de ocio que al de lúdica, si por el primero se entiende
descanso y recuperación para el trabajo.
Vistas así las cosas, la siesta del medio día
sería comprendida. fundamentalmente como ocio
y no como lúdica, pues no
constituiría búsqueda de emociones y tensiones placenteras, sin límites
diferentes a los puestos por la propia voluntad del sujeto. Para Marx el tiempo libre es: “tiempo por encima del tiempo de trabajo”
y lo dividía en dos partes fundamentales: “el tiempo de ocio” y “el tiempo de realización de una actividad más
elevada, más sublime” que convierte a
aquel que lo realiza en “otro sujeto”.
Ahora se podrá
comprender que lúdica, ocio y tiempo libre no son conceptos idénticos, pero si interactivos. Se
podrá comprender, además, que la naturaleza de la emoción lúdica no puede
reprimirse ni prohibirse en ningún espacio. Por eso ella aflora en escenarios y
momentos muy serios, por ejemplo, en forma de chiste y broma en medio del
funeral o la tragedia.
Pese a que ya se
ha intentado diferenciar lo lúdico de lo laboral, conviene ahora caracterizar
con mayor detalle cada una de estas actividades, especialmente en la
perspectiva de los educadores que pretenden incorporar la lúdica al contexto escolar. ¿Cuáles pueden ser los rasgos
distintivos de cada una de estas dimensiones de la existencia humana? ¿Cómo se
generan y desarrollan?
1.
Voluntad y fin
Lo lúdico es
voluntario. La experiencia lúdica
requiere del deseo espontáneo y la decisión propia. La necesidad o la motivación primaria está
dentro del sujeto y el fin mismo no es otro que el de vivir la emoción
placentera, la diversión agradable. Por esto resulta contradictorio hablar de
programas lúdicos obligatorios en las instituciones educativas.
Lo laboral es un
deber, algo que debe realizarse para obtener un beneficio palpable representado
en dinero o en bienes materiales. El fin
de lo laboral es producir para intercambiar, con independencia de la voluntad
caprichosa del individuo. Hay aquí una finalidad material, que no coincide con
la finalidad espiritual que proporciona la lúdica.
2. Control de la experiencia
La experiencia
lúdica es controlada por el propio deseo emocional del hombre. Él decide cómo,
cuándo, cuánto, dónde, con quién, con qué, etc. Así, el inicio, curso y
finalización dependen de cada quien. Si se trata de una experiencia lúdica
colectiva priman el deseo, el acuerdo y
la concertación directa para su organización y desarrollo. Si se trata de una experiencia individual,
basta con la aparición y desaparición del deseo emocional.
Lo laboral está
regulado por otros, que deciden el cómo, qué, cuándo, cuánto, dónde, etc. La
experiencia laboral implica subordinación y sometimiento, seguir ritmos ajenos,
ejecutar acciones predeterminadas, cumplir un horario.
3. El sentimiento y la actitud
Lo lúdico es, como
ya se ha dicho, emocionante y divertido, posibilita la vivencia de una tensión
agradable y exige una actitud de espontaneidad y disposición al imprevisto.
Todo lo anterior implica una ausencia de racionalidad calculadora,
planificación rigurosa o premeditación profunda. Lo laboral se basa en el
cálculo, la planificación estricta, la aspiración de eliminar el imprevisto y
controlarlo todo. Esto exige actitudes rígidas y frías, centradas en la rutina
de unos comportamientos que excluyen la emoción placentera.
4. Lo normativo
Lo lúdico no opera
con normatividad rigurosa; opera con flexibilidad de criterios. Por supuesto
que existen criterios básicos para regular un juego infantil, una competencia
adolescente, una colección de latas de cerveza, o una fiesta. Pero ellos distan
significativamente del manual o reglamento laboral, ya que en la experiencia
lúdica constituyen guías para la acción que, además, pueden ser modificadas,
suprimidas o renegociadas constantemente.
Lo laboral suele
regirse por manuales de obligatoria aceptación, firme estabilidad y mínima
modificación, en la lógica de condicionar el acto humano al reglamento, no a la
inversa, situación presente en la vida diaria de la escuela, donde el joven
conflictivo es sancionado antes que comprendido u orientado, para preservar la
norma. Es más fácil expulsar al alumno
que modificar el reglamento: que se pierda una vida y no un artículo o un
parágrafo.
5. La creación y recreación
La experiencia
lúdica, por todo lo expuesto, ofrece mayores posibilidades de creación y
re-creación frente a lo laboral, más próxima esta última a la rutina. Elevar
una cometa no tiene manual de procedimiento ni tiempo límite; por tanto, la
búsqueda del éxito (que tampoco importa mucho) es muy variada, pudiendo
implicar unas veces correr, otras pararse en un montículo y, otras más, buscar
la cooperación de alguien. En todo caso no habrá dos experiencias iguales. La
actividad laboral no deja espacio para la inventiva o la recreación, entre
otras razones por el temor a perder el control de las rutinas preestablecidas
que, como su nombre lo indica, son siempre idénticas.
En consecuencia,
la lúdica propicia, por su carácter
de incertidumbre, la creación-recreación,
mientras que lo laboral propicia las conductas típicas y estándares. Es por
esto que se prefiere no hablar de recreación para designar lo lúdico, asumiendo
más bien la recreación como una de sus características. Conviene advertir que
las actividades lúdicas pueden transformarse en laborales, cuando pasan de
simples formas de diversión placentera a medios de subsistencia económica. En
este caso, aunque hay diferencias con el trabajo sobre el cual el sujeto no
tiene ninguna disposición afectiva favorable, la presencia de la lógica laboral
termina imponiéndose y desvirtuando la búsqueda de emoción lúdica.
No es lo mismo,
evidentemente, hacer los títeres por placer, que hacerlos para la venta y
derivar de ello el sustento familiar. En
la misma línea Octavio Paz diferencia el placer sexual del erótico o
lúdico: “En la sexualidad el placer sirve
a la procreación, en los rituales eróticos el placer es un fin en sí mismo”. Y más adelante señalará que existe una
relación, semejante a la del sexo y el erotismo entre lenguaje común y poesía.
El primero tiene una función pragmática de comunicación, la segunda “no aspira ya a decir sino a ser. La poesía
pone entre paréntesis la comunicación, como el erotismo a la procreación”.
Es lo que puede
pasar con el juego convertido en deporte profesional; por ejemplo, el fútbol,
practicado como entretención placentera en la niñez y como oficio contractual,
con cláusulas de exigencias tanto en el entrenamiento como en el rendimiento
productivo (goles).
¿Es posible la lúdica en la
escuela? La lúdica en
la escuela es una necesidad y un requisito indispensable, desde las
perspectivas pedagógicas constructivistas, que pretenden una formación y un
desarrollo humano armónico, equilibrado y sostenido. Pero la lúdica es un imposible para la escuela
centrada en las pedagogías de la racionalidad instrumental, que ven la
educación como adiestramiento, control y conducción. Francisco Cajiao se
refiere así al asunto: “No hay espacio ni
tiempo. La escuela está hecha para educar, para aprender a leer y escribir,
para aprender a convivir apaciblemente, y esto no da lugar a la expresión
delirante de una infancia de movilidad perpetua, de carreras desbocadas, de
ansias de grito y fuerza. Para pulir las
mentes y adecuarlas a las exigencias del pensamiento se requiere controlar la
motricidad desbordada del juego y de la risa”.
Agregando como
apoyo a su comentario la advertencia de un profesor a sus alumnos en el patio
de la escuela: “Recuerden que el recreo
es para descansar, no para que jueguen y entren después al salón sudorosos y
oliendo a mico”. Lo anterior se traduce en una contradicción evidente: la
institución escolar prohíbe lo que el joven desea y exige lo que este rechaza,
lo que interesa al maestro.
En coherencia con
lo expuesto, la escuela ha asumido la lógica del mundo laboral, ya descrita, y
se ha alejado del mundo lúdico. Esta condición es vital para comprender que los
intentos de incorporar la lúdica a la
escuela no tendrán éxito si la lógica laboral permanece intacta. Por esta razón
es caricaturesco creer que la lúdica
ha llegado a un plantel educativo porque el profesor de Educación física ha
programado un campeonato deportivo o un concurso de chistes. Peor aún si tales
actividades son obligatorias y poseen horarios y reglas estrictas para la
participación estudiantil.
Por mantener
intacta la idea de escuela como fábrica, el recreo se ha convertido en lo único
“chévere” de la jornada escolar,
cuando, al menos en este espacio, se deja actuar libremente a los muchachos,
pero las clases y las relaciones personales siguen siendo no lúdicas.
Por todo lo
planteado se puede pensar que la lúdica
es también, esencialmente, una actitud frente a la vida. Actitud mediante la cual guiamos nuestras
relaciones interpersonales con optimismo, alegría y espontaneidad. Si los
docentes desean mejorar significativamente los ambientes de educación, deberán
empezar por intentar un cambio de lógica en la organización y funcionamiento de
la escuela y un cambio de actitud frente a la vida misma, tratando de ponerse
en el lugar del otro, de ver y sentir como el otro: ese niño o joven en pleno
desarrollo y necesitado de expresión y satisfacción lúdica.
La vida misma
enseña que las mejores relaciones humanas están constituidas por el amor y la
amistad, no por el trabajo. Quizás esto se explique por el hecho de ser
relaciones determinadas por racionalidades bien diferentes; en el primer caso,
por sentimientos, emociones, atracción y empatía; en el segundo, por obligación
y necesidad de subsistencia material.
Se elige pareja o
amigos fundamentalmente por el gusto, por el sentimiento de estar y sentirse
bien con el otro(a). Es esta una elección voluntaria y espontánea, de la cual
derivan interacciones ajenas al reglamento, la amenaza, el castigo o una
iniquidad en el uso del poder. No se eligen voluntariamente “compañeros” o
jefes en el trabajo; esta es una condición dada para acceder al mundo laboral y
debe asumirse, no espontáneamente, sino mediante el acatamiento de reglamentos
estrictos y de una existencia jerárquica o asimétrica en el uso del poder.
Por esto, las
posibilidades de comprensión, diálogo y entendimiento fluyen armónica y
agradablemente en el primer caso, y se obstruyen, alteran y enajenan en el
segundo. Los profesores no pueden seguir
mirando a los niños como empleados o subalternos; las actitudes lúdicas abren
el camino a interacciones humanas fraternas.
Entender este planteamiento permite comprender por qué los muchachos
aprenden mucho más con sus amigos en la calle que con los maestros en el aula.
Con base en lo
argumentado es posible sostener que la incorporación de la lúdica a la escuela dista mucho de ser sólo un problema del
profesor de Educación física, siendo de todos, inclusive -por supuesto- de los
directivos. De lo contrario, podrán incorporarse algunos juegos, materiales
didácticos, carteleras, etc., sin que la lúdica
aparezca por ninguna parte. Por ello, la escuela y el estudio seguirán siendo
espacios y momentos aburridos, tensos y desagradables, que propician la apatía
por el conocimiento, el descalabro y la deserción. Los profesores, de seguir
así, no podrán llegar a ser referentes de desarrollo personal, permaneciendo
como símbolos académicos indeseados en el sentir estudiantil.
Mediante esta
argumentación se ha intentado una aproximación al concepto de lúdica como necesidad y potencialidad
esencial del desarrollo humano, como búsqueda de emociones placenteras, y como
actitud gozosa frente a la vida. Al mismo tiempo, se ha ofrecido una
diferenciación y relación de esta categoría con otras, como recreación, tiempo libre, ocio y juego;
aproximación sobre la cual es necesario seguir profundizando y construyendo
conocimiento, en perspectiva de mejores niveles de educación y desarrollo
humano y social.
Al
sustentar estas ideas en algunos círculos académicos aparece con frecuencia la
pregunta relativa a si también consumir
sustancias psicoactivas, conducir en la ciudad un vehículo a máxima velocidad,
jugar bingo en los casinos, embriagarse o “picar”
la motocicleta en una rueda, por ejemplo, son o no experiencias lúdicas. Todo
parece indicar que la pregunta debe ser respondida de manera afirmativa. Es
lúdico sentir el vértigo del descenso por la montaña rusa, como también lo es adelantar en moto un carro
a alta velocidad.
No se puede
desconocer la emoción lúdica existente en la incertidumbre y el azar del
juego de bingo, sea este practicado en la fiesta anual del
colegio o en la cotidianidad del casino. ¿Dónde está, pues, la diferencia entre unas y otras experiencias? ¿Son
iguales? Ambas son lúdicas, pero, por
supuesto, no son iguales; si se analizan en perspectiva del desarrollo humano y
social, y en el marco de la educación como formación. La diferencia no está en
la emocionalidad lúdica que unas y otras
prácticas reportan a quienes las ejecutan; todas, se ha dicho ya, propician
sensaciones similares de carácter lúdico. La diferencia sustancial reside en el
efecto y las consecuencias que ellas implican para la vida de las personas.
Surge la necesidad
de acudir a una categoría que permita diferenciar las prácticas lúdicas
deseables y convenientes para el desarrollo armónico e integral, de aquellas
que lo afectan de modo negativo, con alto riesgo para la salud y la vida misma.
A las primeras puede seguir llamándoselas, simplemente, lúdicas. A las segundas, aquellas que expresan un degeneramiento
del sentido lúdico saludable, puede clasificárselas bajo la denominación que
identifica esta especie de enfermedad: ludopatías.
Autores como Goleman
lo exponen así: “Cuando las emociones son
demasiado apagadas crean aburrimiento y distancia... cuando están fuera de
control y son demasiado extremas y persistentes, se vuelven patológicas”.
De este modo, la ludopatía puede concebirse como la resolución de la
necesidad lúdica del ser humano mediante “satisfactores”
que ocasionan trastornos de salud, con evidentes consecuencias negativas para
la calidad de vida personal, familiar y social.
El ludópata es un ser que, por razones aún
poco claras, solo encuentra emocionante su vida al ejecutar prácticas de
verdadero alto riesgo, hasta caer en la habituación y adicción. La expresión “alto riesgo”, que con frecuencia se
atribuye a algunos deportes modernos, no parece exacta en esos casos, como sí
ocurre en la ludopatía.
La adicción del
ludópata por una determinada práctica, como la camorra en las tribunas del
estadio, el juego de azar o la velocidad automotriz, reviste las mismas
características de adicciones más comunes
o reconocidas, por ejemplo, en los casos del licor o los fármacos. La ludopatía también conduce a la dependencia, compulsiva
e incontrolable, de la práctica elegida, al punto de que su interrupción o
impedimento de realización produce serias reacciones fisiológicas, emocionales y/o mentales.
En la lúdica el individuo decide voluntaria y
autónomamente cuándo realizar la actividad, así como también cuándo finalizarla.
En la ludopatía la práctica termina
dominando al sujeto, quien ya no puede decidir por sí mismo. Debe advertirse
que no todo aquel que experimenta una vez,
o ejecuta de forma eventual, una de estas acciones de alto riesgo es, automáticamente, un ludópata. Se reserva
esta categoría para aquellas personas que dependen de manera compulsiva de la
práctica seleccionada, al extremo de que, en procura de la emoción, la experiencia se repite una y otra vez. Se
sabe que un apostador puede llegar a perder gradualmente los bienes familiares,
pero repetirá la apuesta aun en la miseria.
Carlos Bolívar (Profesor e Investigador, Colombia)
Carlos Bolívar (Profesor e Investigador, Colombia)
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